DIECISIETE

Llueve. Los días de lluvia me revuelven la sangre, se me amontona en la cabeza y tan sólo me mantiene en pié el instinto de supervivencia. Me tiro en la cama y vegeto, eso es todo.

Acabo de salir de aislamiento, de la habitación acolchada. Las crisis son cada vez más y más fuertes. La medicación me acorcha los dedos, me embota los sentidos uno a uno. Ya no distingo la realidad de las voces en mi cabeza, los rostros se me amontonan, se me superponen, forman un sólo rostro que me asusta... el mio.

El pasado y el presente me parecen lejanos. Lejanos e imposibles. Quizás si no me reconozco deje de ser yo mismo. La verdad es que no me importaría no ser yo, ser otro. No sonreir por cumplir, no sentir por reciprocidad, no tener por acaparar, no rabiar por la verdad. Y he aquí que he decidido no mover hoy más músculos de los necesarios, dar fiesta a mis neuronas, a mis caricias y a mis penas. Descansen en paz por unos días.

A todos os recuerdo, a todos. Con vuestras caras pegadas a mi escaparate, mirando al maniquí sin daros cuenta que es una pose, que me quedo quieto, que me visto para la ocasión. No conseguís ver más allá de vuestras narices y no parece preocuparos, es más, criticais al que va más allá de vosotros mismos, de si mismo, de mi mismo. Os encerrais en castillos en ruinas, en tierra de nadie, y os permitís opinar sobre mi locura, cuando ni siquiera sabeis que lo que cae, es sólo lluvia

Infiltrado